viernes, 21 de junio de 2013

Posteridad

"Oh, let not time deceive you / You cannot conquer time" (Auden)

y todavía está diciendo "mirá qué josha!" (San Fruttoso, Italia)

La única que yo ya había visto (Pripyat, Ucrania)

la escena de los monos de El libro de la Selva, 
El corazón de las tinieblas, Apocalypse now...todo eso (Angkor Wat, Camboya)
                                       
                                          Lo que más me impresiona es lo que tiene de promesa. Es el castillo de Disney a    
                                          medio construir, no? (afueras de Pekín)

una versión de lo bello (Colombia)

                                                     
                                                     Taiwán
                                                   
                                                     sí, es una foto (desierto del Namib)
                                                                                                                      
ahí quedaron los vivos que se creían más listos que el tiempo
("el tiempo pasa, el 104 no", Antártida)
                                     
Lo encontré en http://myscienceacademy.org/2013/04/14/the-33-most-beautiful-abandoned-places-in-the-world/?fb_action_ids=10151395994981344&fb_action_types=og.likes&fb_source=other_multiline&action_object_map=%5B181490715335180%5D&action_type_map=%5B%22og.likes%22%5D&action_ref_map

sábado, 8 de junio de 2013

Entusiasmo

Si esta herramienta de verdad hiciera magia, ahora mismo los pondría a todos a leer Carlota Podrida, de Gustavo Espinoza, y sería como volver a las veladas adolescentes en las que con un par de amigos concretos e inconmensurables experimentamos el goce profundo e irrepetible de descubrir algo como si estuviera naciendo en ese mismo instante y por ese acto, es decir, que lo estuviéramos creando nosotros, y además, juntos.
P. y yo escribimos a Onetti, lo inventamos nosotros, yo escribí aquel de la casa de la arena cuyo nombre exacto no recuerdo y P. escribió Bienvenido Bob. También hubo amigos más efímeros –quizás no guarden ellos el recuerdo que ahora emerge y yo atesoro como si lo hubiera tenido siempre, de otras epifanías disparadas por alguna de Greenaway o de Kieslowski o de algún desconocido que me dejó mella como aquella que sé sin buscarlo que se llamaba El acto en cuestión, o de comentar a Wittgenstein como quien comenta la última ocurrencia brillante de un amigo medio chiflado –con la misma ternura entusiasta, con la misma ausencia absoluta de pretenciosidad. Ah, benditas veladas verdaderas y bendito entusiasmo que nos hacía despertarnos por teléfono en plena madrugada y obligarnos a dejarlo todo para escuchar un párrafo o una estrofa, cuando palabras como respeto, consideración o ubicación no tenían cabida en nuestro diccionario exaltado, cuando nuestras prioridades no estaban contaminadas por el fantasma de fin de mes ni el horario de los niños ni el “cuidado” de la pareja (porque estábamos todos enamorados de todos y del mundo entero, y nunca nos habíamos visto por un instante tierno y triste como la necesaria tabla de salvación del otro, con la responsabilidad que eso conlleva).
El muy hijo de puta enumera paraísos domésticos con la misma cualidad generativa con la que urde una escena hecha de olores y tactos de lycra lila, los materializa sin ninguna nostalgia porque no habla de algo perdido sino de algo que nace en ese instante, y no menciona bellezas (ni asquerosidades) superfluas, va más allá del mburucuyá y del jabón bulldog intraducibles, más allá incluso del frasco de pulidor bao y su realidad infinita –lo más parecido a estar una tarde entera fuera del tiempo haciendo hablar a los juguetes.
No sé si nada de esto se entienda más allá de esta noche de entusiasmo en la que yo leo a una ciudad remota de la Banda Oriental y no estoy ni allá ni acá en esta noche fría y pirenaica frente a un balcón que mira unas montañas que no podía sospechar que existían –ni mucho menos, la iglesia de Sant Climent de Taüll. Pero yo entiendo que no puedo nombrar ciertas cosas sin nostalgia porque estoy acá, y lo de acá no lo puedo nombrar porque necesitaría quizás una infancia de descubrimiento que ocurrió en otro lado. Y sobre todo, entiendo que el goce de leer supera con creces el de escribir –aunque no pueda ni quiera prescindir de este último-, porque mi talento es, por decirlo benévolamente, limitado, así que por eso no les robo más tiempo con lo mío, pero lean, lean, lean a Gustavo Espinoza, a Fogwill, a Ian MacEwan y a Antonio Orejudo, y no se pierdan las fotos que tan generosamente guarda internet de Charlotte Rampling.
(y a pesar del delay de que ni me llamen de madrugada ni yo lo deje todo para escuchar ese disco o leer ese libro, por favor sigan recomendándome cosas). Chau, gracias.