sábado, 23 de febrero de 2013

Que retrobi la memòria

Como bien dice sokon, atenti al punto de inflexión.
Yo cierro el video cuando deja de cantar (más o menos cuando sale Chávez).


miércoles, 20 de febrero de 2013


En casa no se hablaba de mi abuelo paterno. Creo que una vez vi una foto suya, pero no puedo recordar dónde ni cuándo. Las fotos que recuerdo son las de mi abuela. En muchas faltaba un trozo. Ni siquiera estaban cortadas, estaban rasgadas. Mi abuela con mi padre de bebé, mi abuela con sus dos hijas mujeres, los tres hijos de mi abuela juntos, sentaditos ordenadamente en una manta. De mi abuelo no dejaron ni el rastro de un dedo o un codo.
Justo cuando empezaba a hacer preguntas me topé con un objeto inesperado. No se trata de un objeto íntimo, ni de un hallazgo en un baúl, no. Encontré un libro en la Feria del Libro de Montevideo. Habí tenido cierta resonancia y estaba prologado por Benedetti, pero no estaba expuesto en la sección destacada ni mucho menos, no era ninguna novedad editorial. Sucede que por ese entonces, influida por el gusto literario de mi padre, yo leía vorazmente novela negra y policial. Y esta era una novela policial uruguaya. Aparentemente era una “historia real” y el protagonista se llamaba como mi padre, un nombre nada frecuente: Tomás Bismark Font.
Cuando mi padre lo vio, se limitó a preguntar:
−¿De dónde sacaste eso?
−De la Feria del Libro.
Le dio la vuelta, miró la contratapa, pero ni siquiera la leyó.
−Y se lo prologa Benedetti. Hay que joderse.
−¿Lo leíste?
−No.
−¿No?
−Lo empecé. No vale la pena.
−Pero habla de tu padre.
−No. Lo escribió un pituco sin imaginación que se cree que a los lumpen se les puede robar hasta el nombre.

Nadie puede hablar más que por sí mismo. Y siempre es mentira aquello de que todo parecido con la realidad es pura coincidencia. ¿Cómo no te vas a inventar nombres si te estás inventando un personaje?
Ah, por cierto, el padre de mi padre se suicidó tirándose debajo de un tren cuando mi padre tenía once años. Y eso sí es verdad.