jueves, 20 de octubre de 2016

La plaga de los hombres zombi

"Alejandra empezó a descubrir el poder que era capaz de ejercer sobre los hombres sin entenderlo muy bien. Con la inclemencia de un niño que disecciona un insecto para entender cómo funciona, se dedicó a ensayar su influjo a cada oportunidad. Sus primeros atisbos del sexo en nada se habían parecido al amor; ni siquiera al deseo. Hombres obsequiándole obscenidades desde las esquinas, arrimándole impúdicas erecciones en los ómnibus, persiguiéndola amenazantes por las tempranas calles de un Montevideo casi desierto durante los trayectos de ida al liceo. Siempre hombres mayores, babeantes; zombis que le estiraban los brazos buscando en las incipientes curvas de Alejandra un remedio para sus miembros fofos, que ya solo se erguían al estímulo de la violencia".

Es un párrafo de La memoria es un sitio solitario, la nouvelle que acabo de publicar y de la cual no había hecho entrada alguna en este blog. Hoy decidí salir del armario del todo, y no por afán de márketing, ciencia en la cual soy nula, sino porque frente a las tristes noticias que llegaron hace poco de Mar del Plata, me di cuenta de que en esa humildísima nouvelle hay una pequeña voz que vale la pena oír: la de una adolescente que creció en una Latinoamérica hostil con las mujeres. Ni siquiera es una historia cruenta, esa violencia está ahí como parte de la atmósfera, no es el tema central. Pero hoy me dije que ya es hora de convencerse del todo de que las obras menores también llenan un espacio estético y también cumplen una función. Al fin y al cabo yo no siempre tengo ganas de leer obras maestras, a veces también agradezco alguna historia mínima. 
Si la volviera  publicar, le pondría por título Autoreverse y no La memoria es un sitio solitario. Pero sobre todo, agregaría un par de frases y un par de escenas que quité. Una de ellas, la que hoy creo que tendría que haber dejado, es una escena en la que la protagonista es agredida: ella tiene unos doce años y va vestida con el uniforme del liceo. Un tipo la acorrala y le soba las tetas en un ascensor. Cuando se lo cuenta al padre éste no la abraza ni la consuela sino que le recrimina que se hubiera metido ahí sola con un desconocido. No sé porqué la saqué. No es cierto, sí sé. La saqué porque nació de un episodio que me tocó en primera persona, y al editar la nouvelle intenté dejar más cosas inventadas de pe a pa y menos cosas que hubieran nacido de una experiencia real. Pero hoy me doy cuenta de que tendría que haberla dejado. Fue la adolescente avergonzada que aun me habita la que agachó la cabeza y sacó la escena.
En fin, de todo se aprende. Vaya esta entrada para cumplir dos deberes pendientes: el de informar que he publicado una nouvelle y, lo más importante, el de unirme al clamor que recorre el continente americano: Vivas nos queremos.

Foto: http://www.programadetodo.com/la-broma-de-la-nina-fantasma-en-el-ascensor/

jueves, 13 de octubre de 2016

Linda como una película triste

Puede que sea mojigatería. No religiosa ni moral sino estética: mojigatería estética. Sí, quizás pueda acusárseme de ello, pero lo cierto es que hay ciertas cosas que me desagradan y, sobre todo, no me interesan. Al principio me enojaba. A Michael Haneke, por ejemplo, me habría gustado romperle el hocico de una piña.
Pero pronto me di cuenta que lo que tenía que hacer era no entrar al ruedo y punto. Ahí se quedan. Por eso abandoné la lectura de Derretimiento al cabo de una treintena de páginas: aquello me resultaba gratuitamente desagradable, desagradable a secas, sin el aderezo de ninguna otra emoción, racionalización o experiencia perceptiva más. Puro desagrado con un fondo vacío. Pero no me enojé con Daniel Mella. Sencillamente me dejó fría y abandoné el libro. (Distinto de lo que me pasó hace poco con Marina Perezagua y su cuento Leche, que me la coló sin previo aviso y me dejó incrustada en el cerebelo una imagen revulsiva y sádica al santo pedo. Pero esa es otra historia).
Todo esto para decir que, afortunadamente, me había olvidado del poco interés que me había suscitado Daniel Mella con Derretimiento . Conocía su nombre, como la mayoría de quienes leen uruguayos contemporáneos, pero no podía decir qué cosa escribía, ni qué cara tenía (que poco importa, además). No fue hasta entrado el tercio final de El hermano mayor que recordé lo de aquella novela previa. La fui a buscar y ahí estaba, juntando polvo en el estante junto con una de Gabriel Peveroni que tampoco trascendió. Mi memoria hace eso y creo que es sano: les da segundas oportunidades a aquellos que en una primera instancia no me conmovieron. Con Peveroni no ha habido revancha, de momento, pero con Mella, sí. (y no es una crítica negativa, eh, sencillamente Peveroni no ha suscitado el interés de esta ama de casa un tanto sensiblera, pero lejos de mí estará, siempre, dedicar tiempo a criticar negativamente la obra de nadie)
Ojo que esto no significa que vaya a salir corriendo a buscar los otros libros de Mella, porque sospecho que no me van a interesar (los previos casi seguro que no, los posteriores quién sabe, puede que tampoco). No es o todo o nada y ahora vamos a imprimir un póster y una camiseta. Además, espero que no tenga que escribir otro libro como El hermano mayor, porque no es deseable que lo toque de cerca otra desgracia del tenor de la que engendra esta novela.
(Hay que ver cómo hablo cuando acabo un libro que me ha gustado y es de noche y mis hijas duermen...)
El hermano mayor me conmovió. También me hizo reflexionar una vez más sobre los límites entre la ficción y la realidad, sobre la validez de un ejercicio literario como este, con tan poco subterfugio (tema que e interesa y preocupa). Pero sobre todo, me llevó a sitios a los que me gustó ir, no porque fueran agradables sin más (se trata de sitios con su cuota de dolor y de violencia -los míos, digo, los que yo visité de mi propia vida al leer el libro) pero sí me aportaron algo, una verdad emocional, la expiación de algo ominoso, también la revisitación de alguna velada de risas fraternales. En fin. Es una novela linda como una película triste. El recurso de usar el futuro para hablar del pasado la hace aún más triste, con esa certeza que tenemos los románticos de que en todo lo que nace está ya, desde el germen, la muerte. A veces chirría un poco la transición de un tiempo a otro y eso la hace aún más tierna, por imperfecta. Porque lo que me parece que está claro con esta novela es que la emoción está por encima de la estética. Algo, debo agregar, que para mí es definitorio. Sin emoción mejor cortar perfectas fetas de jamón cocido que escribir (en mi humilde opinión).

viernes, 7 de octubre de 2016

Último botín

Refloto el blog como lugar de adoración de obras de otros, sin afán de crítica ni reseñista (oficio que no disfruto y no pienso practicar) sino de puro entusiasta nomás. Si alguien anda buscando qué leer y le sirven mis impresiones, entonces Dios habrá salvado un gatito en algún lugar del globo, como dicen los bloggeros más jóvenes que una.
Después de la cúspide que alcancé leyendo The Bone Clocks, de David Mitchell (¡dejen todo y pónganse a leerlo!) en la foto está el botín de mi visita a Uruguay.
Estoy con Speak Memory, las memorias de Nabokov que encontré en Tristán Narvaja, de una exquisitez en imágenes que no tiene parangón. Maravilloso.
En el tránsito hacia casa me zampé Iris Play, de Mercedes Estramil, cuya narradora desayuna limones con bicarbonato (y a mí el ácido corrosivo siempre me encantó). Muy bien escrito y divertido y con la extensión justa porque el tema de las vicisitudes de una escritora da para un despliegue de estilo y erudición (en realidad son ensayos sobre literatura universal soberbiamente escritos por un personaje bien construido) pero si se extendiera más, dejaría de tener interés, en mi humilde opinión por supuesto.
Y como los helados marmolados que me zampé en el paisito, las memorias de Nabokov las estoy veteando con Eucaliptus, de A.A.Cánopa, a quien conocía como crítico de cine y que veo que es también buen narrador (la prosa es cuidadisima y las imágenes visuales y nuevas (vade retro lugar común), pero hay algo que me suena un poco desafinado, no sé bien qué es, quizás la forma en que usa los tiempos verbales, o sencillamente que estoy cayendo en la falacia de mezclar su biografía con su obra y eso de que haya nacido cuatro años después del ochenta me pone en alerta -en prejuicio, mejor dicho. Dedo pa' abajo por mi prejuicio, entonces, pero hay algo....no sé qué...igual, voy por el primer cuento nada más y, repito, gústame y quiero más, que es el mejor piropo que puede hacérsele a una obra.
A los de Peixoto y Mella todavía no les he entrado, los elegí con el método "vistazo rápido y cierta influencia de la moda." (esta vez me dejé los euros en un solo puestito de la feria del libro, cuando llegué al el de las 23 editoriales indies ya no tenía plata).
Hasta pronto.