lunes, 20 de agosto de 2012

El diario parisino de Alejandra Pizarnik


Esto me está quemando las manos. Hace una semana que mi estómago alborotado se niega a ingerir algo que no sea café con leche y unos mordiscos de pan. Pero no sé qué hacer. No sé a quién dirigirme. No quiero traicionar a mi voz rebelde llevando esto a una editorial X. El problema es que para mí todas las editoriales son X porque nunca fundé una con cuatro amigotes. ¿Por dónde empiezo? Lo escupo sin más: tengo lo que parece ser el diario parisino de Alejandra Pizarnik. Supongo que debería contactar con algún filólogo de esos que se saben la prensa rosa de los escritores muertos. Porque yo no puedo dar fe. No soy ninguna experta, vamos. Pero mi intuición dice que es verdad. La persona que me lo dio no tenía ninguna razón para inventárselo. ¡Fue tan increíble! Tuve que ir una semana a París, por un curso, y me quedé unos días en Clermont-Ferrand, en casa de los parientes de una amiga mexicana que vive en Barcelona. Bueno, en fin, les ahorro los datos irrelevantes. La cuestión es que un día me levanté temprano y me fui a tomar un café y un croissant de jamón y queso al bar de la estación. Saqué mi libretita azul, como suelo, para apuntar alguna pelotudez que por la mañana me parece la punta de un hilo para un cuento y luego ahí se queda. Y en eso se me metió un pedazo de jamón entre las dos últimas muelas. Creo que tengo una caries justo ahí, entre las muelas, porque siempre se me meten restos de comida y me atosigan todo el santo día. Total, que sentí que era impensable afrontar todo el día que tenía por delante con aquella cosa entre los dientes. Eché un vistazo rápido a mi alrededor y comprobé que nadie me miraba: la pakistaní (digo yo que sería pakistaní, me refiero a un pibón de unos veintiséis años, pelo negro liso, ojos castaños y tetas levantadas con push up), la presunta pakistaní, pues, estaba pasándole un trapo al piripicho de la máquina de café que se usa para echarle vapor a la leche, y que quizás tenga un nombre que lo designe. Los dos sesentones gordos y canosos estaban afuera fumando un puro, y la mujer con el cochecito de bebé también había salido a fumar (qué flaca y demacrada estaba, llevaba fatal la maternidad). Nadie me miraba, así que sin más preámbulo busqué en mi cabellera el pelo más fuerte y largo, lo arranqué de un tirón, y me dispuse a usarlo como improvisado hilo interdental. Efectivamente, bastó con pasarme el pelo una vez entre las muelas para que un pedacito de jamón saliera proyectado y acabara aterrizando… en una mano arrugadísima que alguien apoyaba en la silla que acompañaba mi mesa. Alcé la vista horrorizada. Nunca había deseado con tanta fuerza que me tragara la tierra, ni siquiera cuando el padre Richiero me pilló in fraganti con la mano en la bragueta de Federico Arazategui, en plena Misa de Gallo. Pero esa es otra historia. La mano arrugada me recordó a la de mi abuela Mami, solo que esta era más rechoncha. Pero tenía las mismas manchas perfectas y la misma consistencia entre acolchada y vacía. Parece contradictorio pero así son las manos de las abuelas. Al menos las de las abuelas mías. Gordas de un lado y vacías del otro. Podía pasar horas pellizcando la piel de la mano de mi abuela Mami y dejando que lentísimamente la piel fuera regresando a su sitio, aunque nunca regresara del todo y siempre quedara una cresta en el lugar por donde yo había estirado. El pedacito de jamón cayó encima de una mano como esa y el violín del ridículo se mezcló con una incomprensible sensación de seguridad. Supe, antes de alzar la vista, que no encontraría gesto reprobatorio alguno. Esa mano era la mano de una abuela. Puse mi mejor cara de chiquilina (todo lo contrario del gesto desafiante que precedió mi expulsión del colegio de Los Maristas) y terminé el trayecto hasta los ojos que me aguardaban.
Era una señora de melena blanca y lisa recogida sin cuidado, que me miraba con unos ojitos brillantes y dos puños por mejillas.
-Alguien que quise mucho solía mondarse los dientes con el pelo, igual que usted- me dijo, y, con toda naturalidad, se llevó la mano a la boca y se comió el pedacito de jamón, al tiempo que separaba la silla y se disponía a sentarse a mi mesa. Supe que esa mañana ya no iría a mi clase, ni a ninguna parte.
(me tengo que ir pero creo que continuará)


lunes, 6 de agosto de 2012

G - L - O - R - I - A !

Recull de percepcions (de moibear):