"Poco antes de irnos, ella fue al baño y al volver me sorprendió
cavilando en la mesa: . –¿Cuál es el problema con tú? –me preguntó en
inglés–. ¿Qué eres tú pensando? –Nada –respondí–. Pensaba en este frío
maldito que estropea cicatrices...
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Pero mentí: yo había pensado en aquel frío sólo por un
instante. Después había mirado la calle que se orientaba hacia la nada, y
había tratado de imaginar qué andaría haciendo la poca gente que, de cuando
en cuando, producía breves interrupciones en la constancia de aquel paisaje
urbano vacío. Toqué el cristal helado; olí los bordes de la copa verde de
ella para reconocer su olor, y volví a pensar en las figuras que iban pasando
tras los cristales, esfumadas por el vapor humano de la pizzería. Entonces
quise saber por qué cualquier humano desplazándose por esas calles, siempre
me parecía encubrir a un terrorista irlandés, llevando mensajes,
instrucciones, cargas de plástico, equipos médicos en miniatura y todo eso
que ellos atesoran y mudan, noche por medio, de casa en casa, de local en
local, de taller en taller, y hasta de cualquier sitio en cualquier otro
sitio. "¿Por qué?" –me preguntaba" ¿Por qué será?"
Trataba de entender, mientras mi bella Muchachita estaría cerquísima
pishando, o lavándose con agua tibia, y cuando apenas tironeé del hilito de
la tibieza de su imagen, estalló en mil fragmentos una granada de visiones y
asociaciones íntimas, intensas, pero por rúas, por argentinas y por
inconfesables, poco leales hacia ella. ¿Hay Dios? No creo que haya Dios, pero
algo o alguien me castigó, porque cuando advertí que estaba siendo desleal e
innoble con mi Muchachita Punk y sentí que empezaba a crecer en mi cuerpo –o
en mi alma–, la deliciosa idea del pecado, cruzó por la vidriera la forma de
un ciclista, y lo vi pedalear suspendido en el frío y supe que ése era el
hombre cuyo falso pasaporte francés ocultaba la identidad del ex jesuita del
IRA que alguna vez haría estallar con su bomba de plástico el pub donde yo,
esperando algún burócrata de BAT, encontraría mi fin y entonces cerré los
ojos, apreté los puños contra mis sienes y la vi pasar a ella apurada por la
vereda del pub, zafé de allí, corrí tras ella respirando el aire libre y
perfumado de abril en Londres, y en el instante de alcanzarla sentimos juntos
la explosión, y ella me abrazaba, y yo veía en sus ojos –dos espejos azules
que ese hombre que rodeaban los brazos de mi Muchacha Punk no era más yo,
sino el jesuita de piel escarbada por la viruela, y adiviné que pronto, entre
pedazos de mampostería y flippers retorcidos, Scotland Yard identificaría los
fragmentos de un autor' que jamás pudo componer bien la historia de su
Muchacha Punk.
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Pero ella ahora estaba allí, salía del texto y comenzaba a
oír mi frase: ' –Nada... pensaba en este frío maldito que arruina
cicatrices... –oía ella.
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Y después inclinaba la cabeza (¡chau irlandeses!), me
clavaba sus espejos azules y decía "gracias", que en inglés
("agradecer tú", había dicho en su lengua con su lengua), y en el
medio de la noche inglesa, me hizo sentir que agradecía mi solidaridad; yo,
contra el frío, luchando en pro de la consevación de su preciosa cicatriz, y
que también agradecía que yo fuera yo, tal como soy, y que la fuera
construyendo a ella tal como es, como la hice, como la quise yo."
Uno de los fragmentos de Fogwill (de Muchacha Punk, 1992) |