Montevideo. Un
concierto de pájaros y martillos. Ruido de coches y saludos, también. ¡Pero los
pájaros! De vez en cuando un autobús urbano con su rugido feroz. Son verdes y
frondosas las copas de los árboles que flanquean, formando un túnel, las calles de la
ciudad. Una ciudad-bosque, con todo y su concierto de trinos. Las raíces vuelven orgánicas las aceras. Me tropiezo
con las baldosas rotas, los montículos hechos de raíces, baldosas, bolsas y
cacas de perro. Me tropiezo todo el tiempo. Trastabillo, como la chica de la
canción de The Cure, the girl was always falling again and again.
Más pájaros y un
taladro, o una sierra.
Ojo que falta hablar del
perfume. No solo de la omnipresencia tibia de los jazmines. Eso, lo que más,
pero también el olor de los jabones con que alguna gente friega las aceras
(porteros, en Pocitos, gurisas exhuberantes de uñas largas, en Goes). Los productos
de limpieza huelen como mi infancia, y los de belleza (cremas de afeitar,
desodorantes, champús) a mi adolescencia. Hoy subí a un ascensor y olía a un
novio que tuve. Jamás me cruzo con estos perfumes en el nuevo lugar en el que
vivo. Tampoco hay ascensores.
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(Montevideo, 29 de octubre, de mi cuadernito mientras me tomaba un cortado) Echo de menos cuando publicaba escritos al paso, en facebook. En instagram todo es pura imagen, pero en facebook ya nomás vamos quedando solo espectros)