martes, 24 de diciembre de 2013

La entropía como un tango de Lepera

En el Museo de la Ciencia de Barcelona me encontré con el segundo principio de la termodinámica explicado como un tango de Lepera. ¿Por ché habría de ser mejor el estado incial? En todo caso, lo che está claro es che "el tiempo es macroscópicamente irreversible."
Feliz año nuevo a todos.





lunes, 28 de octubre de 2013

nunca lo sabré pero puedo inventarlo
que se murió con un fundido a negro y sonaba "Perfect Day"
así de simple, así de dulce, así de cursi
la muerte es el más inexorable lugar común
así fue siempre para mí cada una de sus canciones: música para antes de morir.































































































































viernes, 21 de junio de 2013

Posteridad

"Oh, let not time deceive you / You cannot conquer time" (Auden)

y todavía está diciendo "mirá qué josha!" (San Fruttoso, Italia)

La única que yo ya había visto (Pripyat, Ucrania)

la escena de los monos de El libro de la Selva, 
El corazón de las tinieblas, Apocalypse now...todo eso (Angkor Wat, Camboya)
                                       
                                          Lo que más me impresiona es lo que tiene de promesa. Es el castillo de Disney a    
                                          medio construir, no? (afueras de Pekín)

una versión de lo bello (Colombia)

                                                     
                                                     Taiwán
                                                   
                                                     sí, es una foto (desierto del Namib)
                                                                                                                      
ahí quedaron los vivos que se creían más listos que el tiempo
("el tiempo pasa, el 104 no", Antártida)
                                     
Lo encontré en http://myscienceacademy.org/2013/04/14/the-33-most-beautiful-abandoned-places-in-the-world/?fb_action_ids=10151395994981344&fb_action_types=og.likes&fb_source=other_multiline&action_object_map=%5B181490715335180%5D&action_type_map=%5B%22og.likes%22%5D&action_ref_map

sábado, 8 de junio de 2013

Entusiasmo

Si esta herramienta de verdad hiciera magia, ahora mismo los pondría a todos a leer Carlota Podrida, de Gustavo Espinoza, y sería como volver a las veladas adolescentes en las que con un par de amigos concretos e inconmensurables experimentamos el goce profundo e irrepetible de descubrir algo como si estuviera naciendo en ese mismo instante y por ese acto, es decir, que lo estuviéramos creando nosotros, y además, juntos.
P. y yo escribimos a Onetti, lo inventamos nosotros, yo escribí aquel de la casa de la arena cuyo nombre exacto no recuerdo y P. escribió Bienvenido Bob. También hubo amigos más efímeros –quizás no guarden ellos el recuerdo que ahora emerge y yo atesoro como si lo hubiera tenido siempre, de otras epifanías disparadas por alguna de Greenaway o de Kieslowski o de algún desconocido que me dejó mella como aquella que sé sin buscarlo que se llamaba El acto en cuestión, o de comentar a Wittgenstein como quien comenta la última ocurrencia brillante de un amigo medio chiflado –con la misma ternura entusiasta, con la misma ausencia absoluta de pretenciosidad. Ah, benditas veladas verdaderas y bendito entusiasmo que nos hacía despertarnos por teléfono en plena madrugada y obligarnos a dejarlo todo para escuchar un párrafo o una estrofa, cuando palabras como respeto, consideración o ubicación no tenían cabida en nuestro diccionario exaltado, cuando nuestras prioridades no estaban contaminadas por el fantasma de fin de mes ni el horario de los niños ni el “cuidado” de la pareja (porque estábamos todos enamorados de todos y del mundo entero, y nunca nos habíamos visto por un instante tierno y triste como la necesaria tabla de salvación del otro, con la responsabilidad que eso conlleva).
El muy hijo de puta enumera paraísos domésticos con la misma cualidad generativa con la que urde una escena hecha de olores y tactos de lycra lila, los materializa sin ninguna nostalgia porque no habla de algo perdido sino de algo que nace en ese instante, y no menciona bellezas (ni asquerosidades) superfluas, va más allá del mburucuyá y del jabón bulldog intraducibles, más allá incluso del frasco de pulidor bao y su realidad infinita –lo más parecido a estar una tarde entera fuera del tiempo haciendo hablar a los juguetes.
No sé si nada de esto se entienda más allá de esta noche de entusiasmo en la que yo leo a una ciudad remota de la Banda Oriental y no estoy ni allá ni acá en esta noche fría y pirenaica frente a un balcón que mira unas montañas que no podía sospechar que existían –ni mucho menos, la iglesia de Sant Climent de Taüll. Pero yo entiendo que no puedo nombrar ciertas cosas sin nostalgia porque estoy acá, y lo de acá no lo puedo nombrar porque necesitaría quizás una infancia de descubrimiento que ocurrió en otro lado. Y sobre todo, entiendo que el goce de leer supera con creces el de escribir –aunque no pueda ni quiera prescindir de este último-, porque mi talento es, por decirlo benévolamente, limitado, así que por eso no les robo más tiempo con lo mío, pero lean, lean, lean a Gustavo Espinoza, a Fogwill, a Ian MacEwan y a Antonio Orejudo, y no se pierdan las fotos que tan generosamente guarda internet de Charlotte Rampling.
(y a pesar del delay de que ni me llamen de madrugada ni yo lo deje todo para escuchar ese disco o leer ese libro, por favor sigan recomendándome cosas). Chau, gracias.


domingo, 19 de mayo de 2013

Presentación de Emergencias (demasiado larga crónica de un evento ecléctico)


Nadie supo bien qué hacer con el kamikaze argentino. Era un tipo de unos cincuenta años que esperó hasta el final de la charla abierta entre Serrat y Micó para levantar la mano y soltarle al cantante una sarta de lugares comunes. “Crecí queriendo ser el tío Alberto”, “no puedo creer que estoy a solo unos pasos de Serrat”. Cuando me lo encontré en el hall del champán no pude menos que felicitarlo. “Estuviste bárbaro”, le dije sin mentir. El tipo se inmoló. Se roció las partes con la más empalagosa de las cursilerías y las expuso ahí mismo, en frente de todos. Al principio todos sonreímos con cierta condescendencia pero cuando se entró a extender tuve miedo de que aparecieran los de seguridad a llevárselo. En verdad lo temí. Lo cierto es que el acto ya se estaba pareciendo a los restos de turrón y cava cuando la fiesta de Navidad ya ha terminado y todos ya saben cuál fue su regalo, y el tipo fue el valiente que impuso la hora de acabar el evento (Serrat había esbozado un “a las nueve empieza el baloncesto” bastante más cutre).  
Yo me estaba meando así que aproveché el finale para ir al baño. Como siempre, en el de mujeres había cola y el de hombres estaba vacío. Nunca entendí porqué resulta osado que una mujer use el baño de hombres si está libre. Yo no lo dudé un segundo –y no es que sea audaz sino que tenía miedo de quedarme sin champán. Usé el de hombres y al acabar y abrir la puerta me topé con el mismísimo Serrat (oh!) que me preguntó divertido “què hi fas aquí?” Le dije que lo estaba esperando para darle un abrazo, como el argentino. Así que podría decir sin mentir (demasiado) que me estrujé a Serrat en el baño de hombres. En realidad le respondí preguntando que si había visto la cola en el baño de mujeres. Utilicé de la manera más barata mi doble foreign advantage y a pesar de que hablo perfectamente el catalán le contesté en castellano para que notara mi acento, me preguntara si también era argentina y pudiera yo responder “uruguaya [que tiene aún más encanto, de ahí lo de doble advantage]. Yo también crecí escuchando tus canciones. ”
Lo mío fue aún más cutre que lo del argentino o lo del baloncesto pero ¿quién no se aferra a un lugar común para interactuar en público? Yannick García se agarró a la muletilla más utilizada en la historia de los actos públicos modernos: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Habría que pagarle algún tipo de compensación a Francisco Umbral por haber inventado semejante salvavidas. Si nos hubieran leído el pensamiento a los presentes habríamos dado una serie de razones igual de prosaicas, como “yo he venido aquí a ver si puedo volver a ligar con mi ex compañero de clase” o “yo he venido aquí porque soy el director del máster” (Micó)  o “yo he venido aquí porque le debo un favor al director del máster” (Serrat).
 Yo también había ido allí a hablar de mi libro pero no lo supe hasta las 18:29, hora exacta en la que llegué corriendo al recinto puesto que no había resistido la tentación de caminar por el casco antiguo de Barcelona, cortarme el pelo, probarme unos zapatos de talón que nunca me atreveré a usar y, sobre todo, robarle a la ciudad sus escenas y a la gente los retazos de sus diálogos, con el voyerismo propio de mi vicio de escribir. A las 18:30 Jordi Carrión me dio la bienvenida con una pequeña reprimenda -“me hiciste sufrir.” “Tienes que hablar cinco minutos de porqué vale la pena leer este libro.” Mi primer impulso fue desarrollar un personaje de escritora psicópata estilo Jack Nicholson que no pisa rayas ni soporta tener las manos mojadas o hablar en público. Pero en seguida descarté la idea. ¿A dónde vas, flipada? Ni que fueras Ken Follet –ni siquiera alguien más literario. El detalle estaba en que yo no había leído el libro. Ni siquiera lo había visto. Vivo en el quinto pino y no lo había recibido. Mi origen protestante me impedía mentir, pero una cosa es no mentir y otra muy distinta hacer foco en el sitio equivocado. No tenía porqué explicitar que no lo había leído, solo tenía que pensar en algo para decir que valiera el tiempo que esa gente me estaba regalando.
"Doce cuentos de autores “emergentes” son doce oportunidades de descubrir algo que nos parta la cabeza". (Debí decir 14, incluyendo prólogo y epílogo, como veladamente corrigió Carrión). Eso podía decirlo sin haber leído. También defendí el carácter experimental de toda literatura –sean cuentos o novelas, sean de escritores noveles o consagrados. Ah, y felicité a los otros, pronunciando –¿con la misma cholulez que el argentino?- la ilusión que me hacía ver publicado un relato en un libro físico. Por suerte los otros autores ya se habían explayado en referencias a la tradición literaria y en alusiones a los relatos incluidos en el  libro. Álex Oliva subrayó lo heterogéneo de la antología como demostración de que las escuelas de escritura creativa, que tantas suspicacias generan en el mundo hispanoparlante, no inculcan un molde sino que ayudan a cada uno en su camino personal.  Eduardo Ruiz defendió el cuento como género de honda tradición literaria que sin embargo no encuentra cabida en el aspecto comercial de este arte. Mónica Ojeda volvió a insistir en la utilidad del máster y esbozó una tesis del cuento como “ensayo”, en el sentido de prueba y experimento, en línea con la introducción de Carrión, quien en su prólogo habla del cuento como “el gimnasio del escritor”, y en cierta discrepancia con la intervención de Eduardo (y con mi modo de ver). Pero esa es otra historia. Ahí no estábamos para debatir sino para intervenir brevemente. Finalmente, Yannick García hizo hincapié en la experiencia del máster como punto de encuentro, intercambio y guía y mencionó el síndrome de abstinencia que puede sobrevenir al acabarlo, citando el cuento de Mónica cuya trama se mete por ese derrotero.  
Cuando una señora que yo no conocía me pidió que le firmara un ejemplar, al principio no entendí. Entonces me di cuenta de que ella iba a leer mi cuento y por un segundo recordé el momento de su confección primera, en un estudio sin grandes vistas (Serrat dijo que lo peor que le podía pasar era intentar componer en un lugar bucólico). Me vi a mí misma gesticulando y quizás pronunciando en voz alta la conversación imaginaria que forma parte del relato, absorta y fuera del tiempo, como una niña hablándole a un espejo, y entendí porqué el argentino había querido abrazar a Serrat. El tiempo no existe cuando estás leyendo, ni cuando estás escribiendo, ni cuando estás, de veras, escuchando una canción. Esa mujer se llevaba mi rostro y mi firma para inventarse su propio personaje al leer lo que yo escribí. Espero que la conmueva. Estoy llena de imágenes y de frases y escenas y cuando las comparto con los demás, siento que me quito un lastre. Desde que se publicó Emergencias voy un poco más ligera. Señoras como esa me ayudan a llevar mi carga.
Y el alcohol nos ayudó a todos a romper la barrera de los lugares comunes e interactuar un poco más distendidos cuando, al acabar el evento, se formaron pequeños comités en distintos bares. En el epílogo Villoro dice de Monterroso “Al terminar el taller seguimos aprendiendo en ausencia del maestro. Muchas de sus ideas cobraron un peso distinto años después de ser oídas.”  Ya veremos qué papel jugará esta antología en las vidas de quienes se topen con ella. Si no es un hito, espero que al menos sea una buena piedra para sentarse a imaginar.

sábado, 18 de mayo de 2013

Be a sadist

  1. Use the time of a total stranger in such a way that he or she will not feel the time was wasted.
  2. Give the reader at least one character he or she can root for.
  3. Every character should want something, even if it is only a glass of water.
  4. Every sentence must do one of two things — reveal character or advance the action.
  5. Start as close to the end as possible.
  6. Be a Sadist. No matter how sweet and innocent your leading characters, make awful things happen to them-in order that the reader may see what they are made of.
  7. Write to please just one person. If you open a window and make love to the world, so to speak, your story will get pneumonia.
  8. Give your readers as much information as possible as soon as possible. To hell with suspense. Readers should have such complete understanding of what is going on, where and why, that they could finish the story themselves, should cockroaches eat the last few pages.

lunes, 29 de abril de 2013

¿Qué eres tú pensando?

"Poco antes de irnos, ella fue al baño y al volver me sorprendió cavilando en la mesa: . –¿Cuál es el problema con tú? –me preguntó en inglés–. ¿Qué eres tú pensando? –Nada –respondí–. Pensaba en este frío maldito que estropea cicatrices...

   Pero mentí: yo había pensado en aquel frío sólo por un instante. Después había mirado la calle que se orientaba hacia la nada, y había tratado de imaginar qué andaría haciendo la poca gente que, de cuando en cuando, producía breves interrupciones en la constancia de aquel paisaje urbano vacío. Toqué el cristal helado; olí los bordes de la copa verde de ella para reconocer su olor, y volví a pensar en las figuras que iban pasando tras los cristales, esfumadas por el vapor humano de la pizzería. Entonces quise saber por qué cualquier humano desplazándose por esas calles, siempre me parecía encubrir a un terrorista irlandés, llevando mensajes, instrucciones, cargas de plástico, equipos médicos en miniatura y todo eso que ellos atesoran y mudan, noche por medio, de casa en casa, de local en local, de taller en taller, y hasta de cualquier sitio en cualquier otro sitio. "¿Por qué?" –me preguntaba" ¿Por qué será?" Trataba de entender, mientras mi bella Muchachita estaría cerquísima pishando, o lavándose con agua tibia, y cuando apenas tironeé del hilito de la tibieza de su imagen, estalló en mil fragmentos una granada de visiones y asociaciones íntimas, intensas, pero por rúas, por argentinas y por inconfesables, poco leales hacia ella. ¿Hay Dios? No creo que haya Dios, pero algo o alguien me castigó, porque cuando advertí que estaba siendo desleal e innoble con mi Muchachita Punk y sentí que empezaba a crecer en mi cuerpo –o en mi alma–, la deliciosa idea del pecado, cruzó por la vidriera la forma de un ciclista, y lo vi pedalear suspendido en el frío y supe que ése era el hombre cuyo falso pasaporte francés ocultaba la identidad del ex jesuita del IRA que alguna vez haría estallar con su bomba de plástico el pub donde yo, esperando algún burócrata de BAT, encontraría mi fin y entonces cerré los ojos, apreté los puños contra mis sienes y la vi pasar a ella apurada por la vereda del pub, zafé de allí, corrí tras ella respirando el aire libre y perfumado de abril en Londres, y en el instante de alcanzarla sentimos juntos la explosión, y ella me abrazaba, y yo veía en sus ojos –dos espejos azules que ese hombre que rodeaban los brazos de mi Muchacha Punk no era más yo, sino el jesuita de piel escarbada por la viruela, y adiviné que pronto, entre pedazos de mampostería y flippers retorcidos, Scotland Yard identificaría los fragmentos de un autor' que jamás pudo componer bien la historia de su Muchacha Punk. 

    Pero ella ahora estaba allí, salía del texto y comenzaba a oír mi frase: ' –Nada... pensaba en este frío maldito que arruina cicatrices... –oía ella.

   Y después inclinaba la cabeza (¡chau irlandeses!), me clavaba sus espejos azules y decía "gracias", que en inglés ("agradecer tú", había dicho en su lengua con su lengua), y en el medio de la noche inglesa, me hizo sentir que agradecía mi solidaridad; yo, contra el frío, luchando en pro de la consevación de su preciosa cicatriz, y que también agradecía que yo fuera yo, tal como soy, y que la fuera construyendo a ella tal como es, como la hice, como la quise yo."

Uno de los fragmentos de Fogwill (de Muchacha Punk, 1992) 

sábado, 23 de febrero de 2013

Que retrobi la memòria

Como bien dice sokon, atenti al punto de inflexión.
Yo cierro el video cuando deja de cantar (más o menos cuando sale Chávez).


miércoles, 20 de febrero de 2013


En casa no se hablaba de mi abuelo paterno. Creo que una vez vi una foto suya, pero no puedo recordar dónde ni cuándo. Las fotos que recuerdo son las de mi abuela. En muchas faltaba un trozo. Ni siquiera estaban cortadas, estaban rasgadas. Mi abuela con mi padre de bebé, mi abuela con sus dos hijas mujeres, los tres hijos de mi abuela juntos, sentaditos ordenadamente en una manta. De mi abuelo no dejaron ni el rastro de un dedo o un codo.
Justo cuando empezaba a hacer preguntas me topé con un objeto inesperado. No se trata de un objeto íntimo, ni de un hallazgo en un baúl, no. Encontré un libro en la Feria del Libro de Montevideo. Habí tenido cierta resonancia y estaba prologado por Benedetti, pero no estaba expuesto en la sección destacada ni mucho menos, no era ninguna novedad editorial. Sucede que por ese entonces, influida por el gusto literario de mi padre, yo leía vorazmente novela negra y policial. Y esta era una novela policial uruguaya. Aparentemente era una “historia real” y el protagonista se llamaba como mi padre, un nombre nada frecuente: Tomás Bismark Font.
Cuando mi padre lo vio, se limitó a preguntar:
−¿De dónde sacaste eso?
−De la Feria del Libro.
Le dio la vuelta, miró la contratapa, pero ni siquiera la leyó.
−Y se lo prologa Benedetti. Hay que joderse.
−¿Lo leíste?
−No.
−¿No?
−Lo empecé. No vale la pena.
−Pero habla de tu padre.
−No. Lo escribió un pituco sin imaginación que se cree que a los lumpen se les puede robar hasta el nombre.

Nadie puede hablar más que por sí mismo. Y siempre es mentira aquello de que todo parecido con la realidad es pura coincidencia. ¿Cómo no te vas a inventar nombres si te estás inventando un personaje?
Ah, por cierto, el padre de mi padre se suicidó tirándose debajo de un tren cuando mi padre tenía once años. Y eso sí es verdad.


viernes, 11 de enero de 2013

La ficción es amor

Esta foto es del 2004. Me encontré una iglesia evangélica donde antes estaba el cine Trocadero. Ahora van a poner otra iglesia de estas en el antiguo Cine Plaza. Dios es amor, se llama. ¿Amor? ¿Qué carajo sabe ningún dogmático del amor? ¿Somos humanos o amebas? El dogmatismo nunca fue amor. Ponerte en la piel de un pederasta, descubrirte en una escena de incomunicación familiar, imaginarte la posibilidad de viajar al futuro, descubrir que mantener diálogos imaginarios o tener flashes visuales no es una dolencia mental sino una manifestación muy extendida de la fantasía... eso es amor. La ficción es amor.