¿Por qué aparecen todos los fantasmas en noviembre? Noviembre, ese mes hijo de puta entre el otoño y la nieve. Mes desagradecido que no recuerda ya los colores del otoño y no sabe todavía del entusiasmo del invierno. Noviembre es un mes mal parido que pone a prueba a los entusiastas y en peligro a los suicidas. Que empuja a los fantasmas del pasado a llamar a nuestra puerta (internet mediante). Que convoca a los espectros más anémicos. Se disfrazan de lozanos y aparecen, todas las dudas irrevocables, los lados gastados de las sábanas, la suciedad que guardamos detrás de los muebles.
No des ni un paso, no te loes ni te culpes, no hagas ni un
puto recuento. Todo es en falso en noviembre. Esta no sos vos, esta no es tu vida, es solo el aire del
puerto. Se le nota a la legua a un canto de sirena cuando no es más que un
efecto especial grabado en estudio. Falta poco para colear. Falta nada. Perfil
bajo, sin grandes movimientos. Y los fantasmas del pasado, que aparezcan si
quieren, si no traen mofa ni sorna ni reproche ni, sobre todo, preguntas de
lobo vestidas con piel de cordero. Si solo vienen de visita, entonces, sí, que se queden. Pueden quedarse,
sí, un tiempo. Les acercaré una silla y conversaremos un rato y les daré mi
ternura y mi reconocimiento. Honraré su memoria, mientras dura noviembre.
Después, sin darme cuenta, se irán alejando, y no habrá
despedidas pomposas ni puertas cerradas ni cosas claras. Serán lo que son
siempre, presencias de luces y sombras que aparecen y desaparecen como ráfagas
de viento. Y yo, en el medio, como un árbol, como una niña acurrucada en medio
de una casa atravesada por el aire en la que se golpean todas las puertas. Hola
queridos fantasmas, tenéis suerte de encontrarme, solo estoy aquí porque es
noviembre.
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