lunes, 29 de agosto de 2016

Morosoli posmo

Del mismo autor de

“no podía evitar que los ojos volvieran a ella, a su aura de epifanía insoportable o de nave alienígena recién descendida”

Llegan también estos párrafos:

"Con toda sensatez, el profesor Larrosa se burlaba del Negro Dubra (un conocido de la adolescencia que vivía embarullado de caña y jarabe para la tos en un tugurio pestilente, entre el barrio Sosa y un monte de Eucaliptus) porque admiraba conmovido a Chinaski y otros ejemplares de la basura blanca californiana.
-Este nabo fue a Juntacadáveres a dedo y canjeó un libro de Bukowski por una bolsa de cucumelos cosechados a orillas del Olimar- me decía –y no se da cuenta de que él mismo, que la pobre Lid Clamaremos, junto con todos los tarados que los rodean, son antihéroes mucho más radicales que esos mamados y bufarrones de papel. Está chalado el hijoputa, tú deberías escribir sobre el jodido Negro Dubra, Gustavo.
-Vale. Morosoli posmo- recuerdo haber consentido.
Parodiábamos infantilmente las traducciones de Anagrama, donde winos y junkies de la costa Este hablaban como antiguos guardas de ómnibus de CUTCSA…”


Ya con Carlota Podrida escribí una entrada exaltada en la que les pedía a todos que leyeran por favor esa joya. Todo termina aquí es igual de hilarante y está igual de obscenamente bien escrita. Una, que se lo pasa bien escribiendo, lee esto y queda convertida en la caricatura de un montoncito de materia fecal blandita y maloliente (esto último gráficamente representado con el dibujo de dos o tres moscas) acompañada de una viñeta que pone “soy un lugar común”. Suerte que se me aparece también el fantasma de mi maestra de sexto que con su dulce tono nos instaba a no compararnos los unos con los otros cuando alguna preadolescente regordeta e inhábil se excusaba con una menstruación inventada para no asistir al escarnio de ver a Lucía Sosa hacer el espagat o saltar el plíncton con sus insultantes ojos celestes. Hay de todo en la viña del señor. Pero lo de Gustavo Espinosa es de otro planeta, y ni siquiera tiene la decencia de estar muerto, por lo menos, como Onetti. Qué bien escribe (y qué uruguayo, pobres traductores) que lo parió.

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